Un ejercicio exigente a la hora de escribir es evitar los peros.
A la hora de hablar, incluso.
Es una coletilla recurrente y facilona, la de matizar a partir de esa conjunción. Es una forma burda de pinchar el globo: exponer algo y reventarlo con un pero.
Nuestras vidas también las construimos así, poco valientes, siempre amparadas por aquello que justifica el que no hagamos las cosas como querríamos hacerlas.
–Iría contigo con los ojos cerrados...
Siempre hay un pero.
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