Menos mal que la gente es perezosa por naturaleza y clava la sombrilla en cuanto ven un hueco.
Yo me he reconciliado con el mar a un par de días de acabar las vacaciones. He conseguido una ruta, que no contaré ni bajo tortura, para encontrarme a cien metros de cualquier ser humano viviente. Es tal el placer entonces, del roce con la arena, del arrullo de las olas, del sol tremendo sobre mi cabeza, que tardo en ser consciente de lo placentero de ese privilegio.
¡Que viva la pereza de los demás!
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