«Tornar Faro grande outra vez» (Hacer Faro grande de nuevo). Un eslógan al más puro estilo trumpista para las inminentes elecciones municipales.
Al llegar a casa me puse a investigar el pasado de Faro. El reciente y el lejano. No más allá de 1900 apenas era una pequeña ciudad pesquera y agrícola de 10.000 habitantes. A día de hoy roza los 70.000, tiene un aeropuerto internacional con una enorme actividad, una universidad puntera en ciencias marinas, biomedicina, quíimica, artes y comunicación. Su tasa de paro no llega al 5%.
¿Tiene problemas? Seguro. Muchos están relacionados con la gestión de su principal fuente de ingresos, el turismo, que aboca a condiciones difíciles para encontrar vivienda. Sorprende, por otro lado, la cantidad de inmigrantes de origen indio en sus calles, pero son personas que te sirven el café, recogen la basura, ponen los ladrillos de las nuevas construcciones, a pleno sol. Con un nivel de paro al 5%, el Algarve no se podría sostener sin la mano de obra extranjera.
Con todo este panorama, la ultraderecha aboga por un Faro «grande otra vez». ¿A qué juegan? Tal vez quienes los voten lo hagan pensando en cómo de felices eran de pequeños, cuando la vida les abría sus puertas. Votan con las tripas. Les da igual que su voto vaya a un partido racista que quitará recursos a la sanidad pública, que reducirá impuestos a los ricos, que quitará derechos adquiridos, que hará la vida imposible a los inmigrantes.
El voto del amargado de empatía cero hacia su sociedad. Si a mí me va mal, que reviente el sistema.
No hay nada más grave que cuando el pueblo humilde vota contra el pueblo.
Vengo de un Berlín que tardó décadas en sanar las heridas de políticos que prometieron grandeza sustentada sobre la raza y el odio al extranjero.
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