Una de las claves para disfrutar de un viaje es deshacerse de los imprescindibles.
Lo único imprescindible es disfrutar.
Si se deja de ver el interior de una catedral, la sala de un museo o el jardín más famoso del lugar no hay que montar ninguna tragedia. Ya se verá en otra ocasión. O no.
Conocer un lugar no consiste en ir tachando los monumentos de una lista del supermercado, sino palpar el ambiente cotidiano, perderse entre sus gentes, andar sin rumbo para sorprenderte con esa esquina al girarla.
Se viaja para bajar el cortisol, no para subirlo.
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