Me da mucho más miedo la muerte de los que quiero que la mía propia.
No por una cuestión de bondad, sino de egoísmo. Yo no quiero sufrir.
Soy de los que piensa que, cuando uno muere, todo se acaba, luego en el momento en el que yo desaparezca tengo claro que ya no habrá dolor, ni gozo, ni angustias dentro de mí.
En cambio, el día en el que alguien muy amado se vaya de mi lado, tendré que sufrir la pena, enorme, real, sentidísima, de no poder abrazarlo nunca más.
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