Qué rollo es no ser manitas.
O, ni siquiera querer intentarlo.
Más rollo aún cuando tu pareja tampoco lo es.
Así que acabamos conviviendo con puertas desvencijadas, persianas descolgadas, luces mal orientadas y apaños por doquier.
Lo más irritante es cuando alguien me dice, 'mucho ingeniero, pero no sabes ni arreglar un enchufe'.
Llega el día en el que, con dos cervezas, nos decimos. 'Esto no puede seguir así'.
Pero con la tercera cerveza, cambiamos de conversación.
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