No es ni mejor, ni peor, pero la orfandad es determinante en la vida de los que hemos vivido la muerte tan de frente de pequeños.
Yo tengo muy presente a quienes han perdido a alguno de sus padres siendo pequeños, porque siento que me une algo importante a ellos, en las sonrisas, en los gestos, incluso en las carcajadas.
Suenan de otro modo y no tienen por qué ser más tristes.
Esa sensación de perder para siempre un pecho en el que refugiarte te configura como una persona especial, que tiene que construir a su propio progenitor dentro de sí.
Yo, que no soy creyente, vivo desde los dieciocho años con mi madre en mí. Soy yo mi madre, soy ella, y cuido de mí.
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