A veces miro a la gente cenando en un restaurante o charlando con amigos en un parque y me digo, qué bonito es vivir.
Me pongo el disfraz de hombre invisible y me mezclo entre viandantes que no conozco, poco importa en qué ciudad, en qué país o en qué circunstancias, para disfrutar de su cotidianeidad al escuchar historias que se repiten, banales, tremendas, cómicas, tristes acerca del devenir de las cosas.
Observo a ese chaval arreglado y perfumado, a esa señora buscando algo en el móvil, a la cría saltando a la comba como si le fuera la vida en ello y me digo, qué bonito es vivir.
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