Entré y comprobé que emitían un documental bastante peñazo y que no había nadie más allí; esa vigilante de sala y yo.
Me había programado una jornada cultural intensa en las dos horas libres tras el trabajo, por lo que apenas en un rato tenía que dejar el museo para asistir a la presentación de un libro no lejos de allí.
La chica observaba cómo miraba yo la película, que ocupaba toda la pared.
Apenas tenía cuarenta minutos y todo el Guggenheim, visitado mil veces antes y siempre con propuestas nuevas, por ver.
Me di media vuelta y me fui, cruzando la mirada contra el entusiasmo de la explicación de la chica.
—Perdona, tengo prisa —me justifiqué, sin necesidad.
Tal vez ella pensaría que cuando uno va a una exposición no debe tener prisa, yo me dije a mí mismo que poco importa lo que piense de ti un desconocido.
Pero aquí estoy escribiéndolo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario