Soy tan de decir gracias, que incluso las digo cuando me las tienen que dar a mí.
Interpreto que ese hábito lo tomé de mi período vital en París, cuatro años residiendo en un país donde el 'merci' está en la boca de todos, aunque no esté acompañado por el gesto.
Yo lo tomo como una ganancia, que, a veces, incluso llega a incomodar. No hay plato que me cambien en un restaurante, respuesta que me den en una tienda, comentario que me hagan en el trabajo que no vaya seguido de un agradecimiento por mi parte.
De ahí que, en ocasiones, me aparte para dejarle el paso a alguien en cualquier espacio público y, además, le dé las gracias, instintivamente, por llenar el silencio que no merecen las situaciones de cortesía.
Prefiero el exceso.
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