Ya me ha ocurrido en un par de ocasiones, que alguien o yo ensalcemos la figura de una amistad a quien queremos y surja la polémica.
—Eso es gordofobia.
Al principio me lo tomé a mal, porque mi intención, o la de la persona que comentaba la pérdida de peso de alguien querido, salía del corazón con la idea de animarle.
No me ha hecho falta meditarlo más de dos veces para dar la razón a quienes critican esos comentarios, que permiten profundizar en complejos físicos de quienes los escuchan. Quizás, el día que no estén tan delgados, prefieran no salir a la calle o quedar contigo. Creemos hacer un favor al piropear y lo que estamos haciendo es definir el tamaño de su jaula.
'Es que antes no existían tantas tonterías', protesta una parte de la sociedad.
Es que antes éramos menos sensibles a los traumas de los demás. El peso, el acné, el pelo, las dentaduras, la forma de las piernas. Todo lo que no pasara por el estricto filtro de lo estándar podía ser motivo de mofa o llevar asociado comentarios degradantes.
Cómo vemos el cuerpo de los demás es problema nuestro, no de ellos.
Afortunadamente que vamos cambiando, que se crean esos términos para definir lo que no deberíamos hacer, hasta llegar al punto en el que no califiquemos nunca más a nadie por su físico.
Conseguiremos que las calles estén más llenas y haya menos gente mirando por la ventana.
Seremos, todos, más bonitos.
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