Él escribió su vida, cada día, sin imaginar que siglos después, en el sur de Europa, un matrimonio lo invitara cada día a tomar café con ellos.
Imagino esa lectura, corta, diaria. Transmutarse en otro que ya no es para entender una época, un país, pero, sobre todo, entender una vida entera. Sus ilusiones, sus hijos, sus derrotas, sus padres, el enamoramiento, la enfermedad, día a día.
Siento una enorme envidia de que no se me haya ocurrido a mí, porque yo soy de los fatigas que lo quieren vivir todo.
Levantarse cada mañana con tu vida a cuestas, con el secreto placer entre mermeladas de saber qué le va a pasar a ese hombre doscientos años atrás.
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