Te lo sirve de pollo o de cordero, siempre acompañado de la frase mágica.
—Lo hace mi madre —la ilusión está en sus ojos.
¿Quién se resiste a una comida hecha por una mamá?
Lo conocimos en una cervecería de la Alameda e íbamos a menudo. Atento, sonriente, resuelto, ese chaval marroquí era un chute de simpatía y profesionalidad. Hasta que un día desapareció.
Este verano Fran lo descubrió de nuevo en un local de nuestra calle. Trabajando de sol a sol para convertir un negocio cutre en un pequeño restaurante marroquí con alma.
Ahora lo tenemos a cien metros de casa.
—¿Tienes hoy cous cous de pollo? —le pregunto.
—Justo me queda uno para ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario