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sábado, febrero 13, 2021

Olla

Recuerdo con risas una guerra de migas de pan en un restaurante de Donosti.

Estábamos la familia, nuestros amigos donostiarras y algún que otro conocido. No sé cómo ocurrió, pero acabamos inundando el local de bolas de pan. Se nos contagió un ramalazo de locura.

Qué sano es que se nos vaya la olla de vez en cuando.

Son situaciones que tendrían que darse más. Deberíamos ser más propensos a perder por momentos la cabeza, liberarnos de corsés y decir barbaridades. 

Sí, me lo digo a mí.

Recuerdo, como si fuera ayer, el día que comencé a cantar por María Bethania. Una noche loca en que yo desafinaba imitando a la brasileña y me caía de alegría al suelo entre las risas de mis hermanas. Y seguía cantando, con los brazos en cruz, tirado en el suelo.

O cuando a mi padre, en una atracción de feria, le tocó como premio un animal tan feo que lo bautizamos perrigato. Me río aún de mi padre haciendo el indio con el perrigato.

Estamos demasiado inhibidos. Yo el primero.

Añoro escenas surrealistas en este mundo tan serio.

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