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sábado, febrero 06, 2021

Estrabismo

Apenas recuerdo que yo era bizco.

Me daban, como juguete, un aparato rojo para ver diapositivas en tres dimensiones. Yo no veía esa tercera dimensión.

Debía provocar una mezcla de dulzura y tristeza en mi madre verme con ese parche en uno de los cristales de mis gafas.

Su hijo tiene un ojo vago.

Hubo un día, yo tendría diez años, en que me llevaron a un hospital para operarme. Apenas recuerdo la bata azul, un gran foco iluminándome y mi madre tomándome la mano.

Todo va a ir bien, Borete.

No entendía muy bien las conversaciones, el músculo que tenían que coser, la sangre en las curas, el ojo  rojo y los días sin colegio.

Muchas veces, cuarenta años después, me tapo los ojos alternativamente cuando leo novelas en mi cama para averiguar cuál era el ojo vago. Me miro al espejo para comprobar cuál es el más pequeño. Trato de ver una cicatriz que nunca encuentro.

Fran me dice que le erotiza verme aún bizquear cuando soplo la sopa caliente, enamorado del niño frágil que un día fui.

La anestesia perdió su efecto y ahí estaba mi madre. Ya las gafas y los complejos pasaron para siempre.

Me agarró como a un muñeco y me abrazó.

Ya todo pasó.

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