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miércoles, febrero 17, 2021

Blanco

Comenzar a escribir una novela es tan duro como desafiante.

Ya tengo en mi cabeza la trama, jugosa de sangre caliente, diferente en su concepto, a estas alturas ya irrenunciable, avasalladora como reto.

Sin embargo, los personajes yacen inertes en la palma de mi mano. Algunos apenas balbucean, otros andan despistados, confusos. No todos saben aún cuántos hermanos tendrán, cómo será su físico, dónde vivirán, incluso si seguirán llamándose así o les cambiaré de empleo. Se miran y se ven muy parecidos entre ellos, cuando hablan no encuentran su tono, ni saben todavía reír.

He empezado a moldear a Lara, una valenciana de mediana edad que huye del Brexit con su hijo, al que cambié ya tres veces de nombre antes de saludarme el encargado de un restaurante, Abel, que lo bautizó, sin saberlo.

Con todos sus ahorros invertidos en un pequeño hotel en Sevilla, mi protagonista tiende a venirse abajo más de lo que yo deseo, así que le busco secundarios que la animen, que le hagan compañía, que le descubran las cualidades que atesora tras media vida como madre soltera en Londres.

Dudo si traer a su madre, ya mayor, desde Valencia, para que la cuide. O darla por muerta.

Decidí, como un electroshock, que la primera frase de la novela fuese el mayor golpe de efecto de la historia, pero ha dejado a Lara aturdida.

Pensé que su historia la narrase alguien desconocido, pero vi que no, que no hay mejor forma de contar su historia que a través de la pluma de quien más apasionadamente la quiso. Maxi.

¿Lo llamo Maxi?

Llegará un momento en que todas mis criaturas se me alboroten, tomen decisiones a pesar de mí, adquieran personalidad, tono, textura, sustento; pero aún están lejos los días en que mis manos teclearán solas la historia. Ahora necesitan de mi oxígeno y mi paleta de colores. Toda la energía la pongo yo, lo que me trae destrozado. Me despierto a medianoche pensando en ellos. Escucho conversaciones, veo películas, oigo música, leo novelas como ávido ladrón de detalles para mis personajes.

Tengo todos los avíos del puchero, ahora toca encender el fuego. 

Ya no me puedo separar de la lumbre.

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