Es un restaurante al que nos gusta ir cuando tenemos alegrías que celebrar.
No es un lugar al que puedan habituarse la media de los mortales, porque el menú, delicioso, tiene unos precios muy por encima de la media.
De hecho, mucha gente no podría permitirse ir nunca.
La pareja que lo regenta, majísima, nos contaba la otra noche la incapacidad de mantener los baños al nivel del resto del local, coquetísimo.
—Teníamos unas jaboneras muy chulas, que no han dejado de robar.
Es una clientela que no necesita meterse en el bolso o la chaqueta un objeto de decoración, ni destrozar la tapa del váter, ni reventar los espejos; una clientela que presume de elegancia y sonrisas cuando abre el pestillo del baño.
Así se está volviendo nuestra sociedad, exquisita por fuera, tremebunda cuando se encierra y no la ven.
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