A ese momento, no siempre fácil de encontrar en un buen queso, en el que asoma un regusto a amoniaco que sube por la nariz justo antes de terminar de ingerirlo.
Tiene la fuerza de una reacción química en la que aparecen todas las descomposiciones que ha sufrido la leche antes de transformarse en queso y convierte la experiencia de comerlo en sublime.
Si luego das un sorbo, lento, al tinto, para mezclar sabores en la boca, el orgasmo culinario está servido.
La vida es compleja, sí, pero también tiene su lejía.
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