Las nubes pasaban rápidas y vi ropa tendida en la azotea.
Pensé entonces en lo infiel que le he sido desde entonces, recordé las mañanas enteras tumbados al sol, los paseos en círculo, las charlas calmadas con los vecinos, las sillas subidas desde casa y esas mismas nubes, rápidas, sobre mi cabeza.
Infiel a los tiempos de cuando, encerrados, nos dimos cuenta de que la vida se podía vivir con otros ritmos y cabía en nuestra cabeza la posibilidad, incluso el placer, de perderse en las nubes y seguirles el rumbo con la mirada.
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