—Fran, tenemos un problema con los platos.
Él me miró con cara de mosqueo.
—No hay donde colocarlos todos —insistí—. Y somos dos personas viviendo en esta casa.
—¿Y qué hacemos cuando invitamos a cenar?
Es cierto que nuestra casa es un templo de las celebraciones entre amigos, al que nunca vamos a renunciar, pero le aclaré que su empresa tiene un almacén donde organizar tanta vajilla.
—Ve cambiando los platos de vez en cuando —le propuse.
Cuando se le pasó el sofocón, me dio la razón. Teníamos platos, vasos y cubiertos para cincuenta personas.
—Es cierto que ahora está todo más cómodo —me confesó hace poco.
Cada día necesito menos objetos, más espacios libres de todo; el paso de los años me pide, nos pide, simplicidad.
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