Conocí en Conil a un tipo que te vendía felicidad.
Simpático, sociable, liante, siempre tenía un buen plan y anécdotas divertidísimas por contar.
El día que se enteró que presentaba mi novela 'Andrea no está loca' en Madrid, donde él vivía, me aseguró:
—Salva ¡cuenta conmigo!
Y no se quedó ahí:
—¿Qué tipo de gente te interesa que vaya? ¿Cuánto es el aforo? ¿Te viene bien gente de la farándula o mejor políticos?
Yo, emocionado, le dije que todo aquel a quien le gustase leer era bienvenido y me planteé si el local se me iba a quedar pequeño.
El acto lo presentaba mi querida Montse, con su ciruelita gateando entre las mesas de los muchos que me acompañaron. ¡Qué evento más bonito!
Estaba en mis inicios y había cariño del bueno hacia mí en ese café, pero ni el tipo de la felicidad apareció, ni vino nadie en su nombre.
Sí, yo creo en los fantasmas.
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