Si los ídolos están vivos, y se saben admirados, deben saber gestionar esa carga envenenada.
Hay gente ideal, que es guapa, simpática, canta, baila y transmite emoción. Yo los observo desde mi plácido lugar en el mundo porque me atraen, como el curioso que soy y como el novelista que ejerce. Incluso le dedico tiempo a pensar sobre ellos, porque en esta vida tenemos tiempo para ponernos en la piel de mucha gente, una gimnasia más que recomendada para empatizar.
Al confirmar sus atractivos no puedo dejar de ver los precipicios que les rodean. Son personas ideales acostumbradas a que haya una cámara dispuesta a robarle cada sonrisa para enseñarla al mundo.
¿Serán ideales para gestionar que no todo el mundo es ideal? ¿Sabrán encontrar la pasarela que les lleve a la calma de saberse prescindibles?
Hay un problema gordo en ser maravilloso, y es que el resto del mundo no lo suele ser, y eso implica que uno tiene que ser también maravilloso en el tratamiento de su propio ego, de sus miedos, de su relación con el mundo.
Porque un mal paso te lleva al precipicio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario