Yo era de hacer la cruz, dejar de hablar, montar el pollo, poner el grito en el cielo y sofocarme.
Entendía, de joven, que la sangre caliente era una cualidad, que la autenticidad se medía en acciones drásticas y las reacciones no admitían medias tintas.
Afortunadamente hoy sé que, si alguien me hace algo injusto, me engaña, me ignora o me hace daño, antes de montar la de Dios es Cristo prefiero decirlo:
―Estoy muy molesto contigo.
Mucho. Hasta el infinito si hace falta. Pero ya sabemos lo que provocan los volcanes en erupción.
Ahora mido la autenticidad en frases sinceras y no en silencios corrosivos.
Es muy doloroso que alguien deje un día de hablarme y yo no haya tenido la posibilidad, siquiera, de escuchar por qué.
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