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jueves, septiembre 23, 2021

La Palma

La empatía son cosas concretas, no una milonga. Es lamentar, por ejemplo, que haya gente de nuestro país que no tiene, desde hace unos días, un salón donde ver la tele, ni una cocina donde hacerse de cenar. Yo me he llevado toda la noche corriendo de un lado al otro de la isla de La Palma, en una coreografía perversa que no sabía controlar sino dando manotazos a la almohada. Tener tan reciente mi paseo en soledad por las lenguas de lava del parque de Timanfaya hacía aún más realistas mis sueños, porque trataba de escapar a través de un camino deforme que me destrozaba los tobillos y me quemaba los pies. Empatía es querer firmar donde haga falta para que esas familias tengan la protección del Estado que necesitan con urgencia, porque ese Estado somos todos y yo quiero que nuestro dinero vaya allí, a socorrer a quien se ha quedado, de un día para otro, en la calle. Ahí se comprueba la calidad humana de un país, no en proclamas desde una tribuna agitando banderas. En mi noche volcánica yo saltaba de una isla a otra para escapar del fuego, con la magia que nos conceden los sueños para volar. En la noche real, sin embargo, son personas con nombres y apellidos que hoy no pueden siquiera dormir.

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