Girar por la calle Placentines y dar un grito de emoción al ver la inmensidad de la Giralda caer sobre mí; no saber que al final de la calle Guadalquivir se encuentra el majestuoso cauce del río; oler a azahar en primavera y enloquecer la sangre de pura vida; dar de comer a las palomas del Parque de María Luisa sin saber qué me iban a picar las palmas de las manos, entre risas histéricas de mis hermanas; descubrir los azulejos de la Plaza de España y sentarme a ver las barcas chocarse entre sí.
La vez primera tiene la poca vergüenza de quedarse con ese flash que te desvela. Te desvirga. Te inocula el veneno que amortigua la pasión que te provoca cosquilleos en la barriga.
La vida pasa entre primeras veces que van ocultando el tablero hasta dejarlo sin casillas libres. Todo lo conoces, todo te suena, todo lo has vivido, has pasado por vez primera por el enamoramiento, por el luto, por el sexo, por la traición, por la victoria y la derrota.
Yo no desespero. Sé que hay armas para combatir ese creer saberse tan vivido, porque ese flash de la vez primera, el que te deslumbró, no te dejó ver los detalles, el ladrillo, la flor, el azulejo, y quizás es ahí donde se encuentra la verdadera felicidad, en la delicadeza de los detalles por descubrir.
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