Hacer zapping tiene el peligro de que, de pronto, apareces en un lugar donde toda la gente es guapa y se habla a gritos. Más que atractivo, despierta curiosidad. Remoloneas un poco antes de cambiar de canal y uno le dice a la otra que es una furcia y ella que el otro es un cocainómano. Uno se queda con el mando de la tele en la mano abducido por semejante griterío.
El amarillismo atrae. La gente se aburre en sus propias soledades y le gusta el espectáculo de ver cómo otros se despellejan. Lo operadísima que está ésta, los cuernos que les ponen a la otra, lo mal que envejece este señor, lo antipático que este tertuliano. Te pones una cerveza, te sientas en el sofá y te plantas frente a ese circo romano.
Este país es muy así y a mí me duele.
—Lo hacemos por relajarnos —me dicen—, que ya la vida es suficientemente complicada.
Entiendo el argumento y lo respeto. Faltaría más. Pero pienso, en lo más profundo de mi corazón, que esos programas hacen un daño enorme a nuestra sociedad. La embrutece, la envaguece, la maleduca, la vuelve soez.
¡Hay tanto por disfrutar fuera de Telecinco!
No hay comentarios:
Publicar un comentario