Cenaba con un amigo en casa y, tras ponernos al día, él aseveraba que la humanidad pasaba por momentos muy difíciles.
―Son tiempos malos para ti ―le respondí.
Agobiado por enfermedades familiares y desengaños amorosos, tendía a aplicar al resto del mundo mundial su visión pesimista de las cosas.
Yo le hice ver que a mí me iba bien, que el planeta ha pasado por otras pandemias, crisis económicas y de identidad. Que todo está tan mal o tan bien como otras veces.
No nos enseñan a tratar con gente descorazonada y cada uno utiliza los mejores argumentos que encuentra para tratar de fisurar el envoltorio negro, en el que se encerró esa persona a la que tú quieres, para que entre algo de luz. A mí me gustaría saber si debo sumarme a su tristeza para desde ahí tratar de sacarlo a flote o si es mejor ponerle frente al espejo de sus propias realidades.
Me da por pensar ¿cómo me gustaría que me tratasen si estuviese deprimido?
Creo que me apetecería que viniesen a mí, me acariciasen y abriesen las ventanas a la luz del sol, aunque me moleste, proteste y pida que las vuelvan a cerrar.
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