Había un allien dentro de mí que tendía a ocultar la crudeza de las cosas.
Siempre he tendido a endulzar la realidad, sobre todo cuando se trataba de comunicarla a gente querida. No era tanto cuestión de mentir como de modular el relato a partir de jugar con los ingredientes a mi manera.
Esa forma de actuar aprendí a corregirla en el trabajo porque, en mis inicios, para no preocupar a mis jefes y evitar los conflictos, trataba de informar utilizando el tamiz de mi optimismo.
Pronto me di cuenta que así todo se hacía bola y los problemas crecían hasta no existir filtro que pudiera ocultarlo.
Entonces empecé a aplicarlo a mi vida personal. Pasé a basar la comunicación en el tono, sin tocar el contenido. Aprendí a contar las cosas tal como son, a no ocultar nada, a generar confianza no a partir de lo que yo pensaba que la gente quería escuchar, sino a mi habilidad para transmitir la verdad de las cosas con empatía.
Todo se cura, se limpia, se purifica cuando se muestra el mundo tal como es a la gente que te importa. La clave está en hacerlo con cariño.
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