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domingo, marzo 07, 2021

Concierge

En los edificios viejos de París se mantiene la figura de la concierge.

No sé la razón histórica, pero en la mayoría de los casos lo desempeñan mujeres portuguesas.

Yo tuve la suerte que la mía era de Cuenca. Enjuta, seca y trabajadora, se ocupaba de trasladar los cubos de basura, repartir el correo e informar de las decisiones de la comunidad de vecinos. 

Siempre con un delantal y andares apresurados.

Al saber de mi llegada se presentó con cierta rigidez, mientras su marido, más campechano, buscaba en mí conversaciones sobre fútbol que yo no terminaba de fomentar.

El edificio, en el boulevard de Port Royal, tenía un patio central y había que atravesar un corredor sombrío antes de acceder a él. Allí vivían ellos. Por una cortinilla se podía ver todo el salón y yo, en pleno invierno parisino, podía espiar sin querer cómo veían el tiempo en la Televisión Española Internacional, seguro que añorando los soles que aparecían como huevos fritos en la pantalla.

Yo no quise darles problemas, pero un día manché uno de mis pantalones favoritos. Bajé a su casa y llamé. Ella apareció, rauda.

Verá, es que le tengo mucho cariño a estos pantalones y no sé cómo...

¡Me les dé! dijo, mientras me los arrebataba con energía.

Desde entonces cambió el tono del saludo, casi que había días en que llegué a adivinarle una sonrisa.

¿Va todo bien, señor?

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