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domingo, marzo 28, 2021

David

La noche en que mi madre dio su último suspiro yo le tomaba su mano en la mía, mis hermanas la besaban y mi padre le decía palabras hermosas:

—Rubia, descansa, todos estamos bien. 

Pero David no estaba ahí.

Un chavalito rubio de 14 años que se encontró con el pastel cuando vio bajar por las escaleras del hospital a su padre y sus hermanos en estado de shock.

El niño. 

No le dimos ni siquiera el derecho a ese último beso a su madre. 

'Era muy chico', nos dijimos.

El rubio cayó por un precipicio en los años siguientes. Se rebeló contra el mundo, contra él, mientras la familia se adaptaba como podía a la tragedia. Lo probó todo, lo abandonó todo. La lio mil veces, se perdió otras mil.

Hubo un día en que él solo se fue a buscar ayuda, sin decirnos nada. El hombretón en que se había convertido el rubio se reinventó. Encontró su lugar en el mundo.

Aún mis hermanas lo llaman a diario para ver cómo va.

Él vive en su casa prefabricada en la costa de Cádiz, con su perro. Pasea libre por la playa al amanecer, se conoce todos los caminos de tierra con su bici, vive con lo justo. No quiere más.

Fran y yo nos lo llevamos a cenar cuando bajamos a Conil. Él nos escucha atento, se ríe con todo y transmite paz.

El niño.

Cuando las cosas se complicaron en estos años, más de una y más de dos veces, yo lo buscaba para hablar con él.

Echo mucho de menos a mamá, Borete.

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