—Lo de Borete suena a niño chico —arguyó.
Y con el Borete vinieron asociados varios defectos de fábrica, encabezados por el genuino arte del despiste.
Vivo tan en mi mundo que se puede caer un piano a mi lado y no me doy cuenta.
Cuando celebré mi cincuenta cumpleaños y llegué a casa, Fran había decorado todo el salón, en una casa en la que todo es salón, con grandes letras doradas que decían ¡FELICIDADES!
Yo llegué de trabajar, me llevé media tarde de lecturas en el sofá y no fue hasta la noche cuando, tras percatarme, di un respingo y grité, ¡GRACIAS!, antes de abalanzarme sobre él.
Ahora hay días, pocos, en los que Fran, el antidespiste que siempre está al loro de todo, tira para Huelva cuando queremos ir para Cádiz. Y no puedo contenerme.
—Te estás aboretando.
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