—¿Qué miras? —Le pregunté, mientras cenábamos.
—A ti —contestó Fran.
—No. Te estoy hablando y no me estás mirando a los ojos.
—Miraba tu mano —admitió—, se te está despellejando.
Me la miré.
—Eso es una mancha blanca, de estar haciéndome mayor.
—Lo sé —sonrió.
Le tomé el antebrazo.
—Tú tienes otra aquí.
—Lo sé.
Nos reímos. Tomábamos ensaladilla. La noche era la perfecta de verano, con el cielo aún iluminado y el ruido tenue de la ciudad.
—¿De qué te estaba hablando?
Entonces, sí, volvió a mis ojos.
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