—Tú te vienes conmigo.
Acabamos en un after a las afueras de la ciudad, en un descampado lleno de gente que bailaba como loca, con el sol ya bien arriba. ¡Qué noche más divertida! Ni sé cómo volví a casa, ni sabría volver allí.
Meses después, en mi primer viaje a Nueva York, oí un grito en otro garito donde tomaba un gintónic.
—¡Salva!
¡Era el chico de las gafas naranjas!
Volvió a cogerme de la mano y me llevó a bailar con él. ¡Qué bien me lo pasé!
Esa noche recuerdo que pensé lo divertida que era la vida.
¿Aparecerá de nuevo el tipo de las gafas naranjas?
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