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lunes, octubre 26, 2020

Sexo

El sexo es la maldición.

O la gloria.

Es nuestra conexión más directa con el mundo animal. Más que el comer. Más que enfermar.

El sexo lucha contra nuestro pudor, se pelea con el raciocinio, con el orden de nuestra vida. Pervierte todo. Nos hace culpables y estratosféricos. Nos acompleja cuando va mal. Nos hace vanidosos cuando todo fluye. Es asco y devoción.

Hay mucha vergüenza cuando hablamos de él, como si fuera con otros. Se hace cómplice de nuestra intimidad, porque nuestras perversiones son nuestras. 

Es necesario un tonel de confianza para compartir nuestras obsesiones sexuales con nadie.

Nos arrastra por el barro, porque es sudor, líquido, dolor y gusto. Porque a veces pensamos que no hay otro sentido de la vida que ése, que no hemos vivido si no lo hemos disfrutado, que no somos más que carne.

El sexo nos recuerda que somos carne. Sangre, Deseo. Que todo lo lógico es cursi, que no hay más que eso. Que no somos sino eso. Pulsión. 

Es vergüenza. 

Es pavoneo.

Afortunadamente hay cafés, y libros, y vinos, y olor a jazmín, y padres, y conciertos de rock, y un cocido, y olor a tiza, y sábanas limpias, y lunas llenas, y un baño en el mar, y un te quiero, y un susurro, y campanas de la catedral, y una camisa que quieres ponerte, y un beso maternal, y ganas de ser tu mismo, y recuerdos, y una risa contagiosa, y una noche a solas contigo mismo.

Y el sexo. 

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