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jueves, octubre 15, 2020

Nadie

A nadie le gusta que le perdonen la vida.

Incluso a la gente más miserable o a la de menos recursos intelectuales. Las guerras de desprecio están siempre perdidas, porque no es un arma sana de utilizar por mucha razón que se tenga.

Todos tenemos nuestros argumentos para actuar de la forma en que lo hacemos, por muy rebuscadas que sean esas causas. Hasta el malo en su maldad se cree con razones para actuar como actúa.

Luego no podemos ganar batallas a partir de la ridiculización del otro ni desde la superioridad moral. Siempre hay que ofrecer una salida digna, hasta al peor enemigo. El machaque, el menosprecio o la burla no hacen sino enquistar relaciones envenenadas y nos quitan la razón.

Si queremos convencer, hablemos de igual a igual. Escuchemos. Si, en cambio, la otra persona no nos aporta nada, salvo que nos vaya algo importante en ello, no hagamos por que se note. 

Cuando ha pasado gente fastidiosa por mi vida que no he tenido más remedio que aguantar, mi estrategia siempre ha sido la de pasar desapercibido ante ella, endulzar cada mínimo encuentro con una sonrisa insípida y no crear el más mínimo hilo de comunicación.

Nadie quiere escuchar que es un peñazo ni tenemos derecho a levantar espejos para que otros vean reflejados allí sus miserias.

Porque tal vez algún día alguien levante ese espejo hacia nosotros y nos disgustará la imagen que veremos proyectada en él.


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