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martes, octubre 06, 2020

Pesadillas

Las pesadillas describen los miedos.

No sé si los superados o los latentes, pero las mías, que aparecen cada vez que ceno carne, tienen mucho que ver con aquello que de siempre me preocupó.

Suelo estar angustiado sin un teléfono al que llamar en sueños rojos en que busco un cómplice para sacarme de casa en época universitaria, porque no tengo ningún amigo verdadero que se interese por mí. Es una pesadilla que me retrotrae al tiempo de los dieciocho años, con la sexualidad recién descubierta y la orfandad de mi madre aún caliente. Era un joven desvalido, enclenque de cuerpo y de ganas, asustadizo.

En muchas otras ocasiones aparezco desnudo en reuniones de trabajo, como mucho en calzoncillos. En esos espacios oníricos parece no escandalizar demasiado, pero yo no veo el momento de escapar de allí, de ocultarme, de encontrar quien me ofrezca un pantalón, unos zapatos. Tal vez tenga que ver con mis inseguridades primeras respecto a mi oficio de ingeniero, ese no saber hasta qué punto soy un intruso en un terreno que no es el mío.

Soy, en cambio, un afortunado, porque mis sueños son dulces casi siempre y, cuando no lo son, sé volver a ellos al despertar para desentrañar qué había en ellos que me hiciese daño. Tengo la suerte de poder meterme de nuevo dentro, con la pizca de malicia que me da el estar conectado con el mundo real, para sacar la pinza con la que extraer, de mi maravillosa vida de Morfeo, todo lo que me pincha y me incomoda, para comenzar bien con mis huesos una jornada más.

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