Nacer en Sevilla es nacer malcriado.
Te amamanta de luz, te educa en su belleza, te contagia de vida
limpia y tú aprendes a filtrar sus gritos.
Criarte con quien transmite esa seguridad te da fuerza, sentirte fuerte en plaza es privilegio.
Con sus grandes tetas ella te cuida, te achucha, te menea. Sevilla es ordinaria y exquisita, rotunda. No te permite obviarla, mirarla de reojo. Es azul. Es blanca. Es vida.
Te desespera, te avergüenza por excesiva, te enorgullece por
valiente, te sobea. La odias por ser tan suya, por tatuarte la piel sin tu
permiso, por quererte siempre alegre, y gracioso, y obediente.
Sevilla es tremenda. No hay manera de renegar de ella. Te
machaca con su pulso. Constante. En tu cabeza. En el deje. En la guasa. En lo
borde. En la magia.
Me busca, me seduce, me pervierte, se escaquea, me desprecia, se relame, me piropea. Se entretiene, me entretiene, me flirtea.
Es digna pero te 'enrea'.
No te deja ser del mundo, porque el mundo es sólo ella.
Me quiero independizar, ser estándar, ser de agua, ser de nadie.
Pero ella no me deja.
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