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sábado, septiembre 12, 2020

Cursi

La gran carencia del género masculino es la castración a la que ve sometidos sus sentimientos.

Al menos los compartidos, los hablados, los que se manifiestan. 

Se obligan a tramitarlos a solas con sus tripas.

Confunden sensibilidad con masculinidad. Confusión que fabrica muros de censura ridículos con su propia realidad. Todo lo que implique abrirse es debilidad y cualquier confesión de debilidad es considerada cursi.

Enajenados por esa dictadura de la apariencia, muchos ridiculizan todo aquello que querrían practicar. Sentirse solo, tener miedo, verse inseguro, querer llorar no está hecho para ellos. No queda bien.

Mostrar vulnerabilidad, en vez de considerarse lo que es, una virtud muy ligada a la honestidad, se transforma en un pecado en la religión no escrita de los machos. No hay necesidad de retirar escudos.

El problema es que esa frustración de mostrarse fuerte, de carcajear con sonidos impostados, de ridiculizar a quien no es como la mayoría, se transforma en un odio subconsciente a quien sí se permite la libertad de expresarse sin tapujos.

Siento ráfagas de alegría cuando escucho a un hombre hablar con naturalidad de sus sentimientos. 

No es tan difícil pintar un corazón.


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