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martes, septiembre 22, 2020

Pensar

Es precioso pensar.

No como un acto reflejo paralelo a mil actividades cotidianas en que las ideas avanzan en tropel, desordenadas, sino como actividad central buscada.

Dejar bien lejos el móvil, apagar luces, si acaso programar algo de música, bajita, y elegir un tema.

Pensar sin tener sueño, en posición cómoda, sin tareas pendientes que urjan. Sin hambre ni cansancio.

Tomar un tema y desbrozarlo, quitarle ramajos, limpiarlo por fuera, observar el andamiaje, alejarse para verlo completo, acercarse para ver los detalles. Recrearse.

Anoche me dediqué a pensar acerca de Japón. Había escrito un texto sobre una anécdota y los comentarios de aquéllos que me leen me habían provocado muchas sensaciones que debía organizar. Recordé mi llegada al aeropuerto de Narita, los libros leídos, las explicaciones de cómo beber el té, la forma de no tocarse, su vida grupal, el pasado guerrero, su miedo al extranjero, la capacidad analítica, sus desastres naturales. Me fui a sus escritores, disfruté de sus cocinas abiertas, vi risas con mofletes colorados, labios temblones de timidez, cervezas congeladas y metros limpios como patenas. Entré en un templo de Kyoto y me forcé a encontrar sus aromas.

Pensar como única actividad, pensar en algo concreto, disfrutar un largo rato. Dejarse llevar por sensaciones y hacerse preguntas. Querer construir respuestas, intentarlas resumir, formarse una opinión, plantearse retos nuevos. Olvidarse del mundo.

Es precioso pensar cuando se hace de forma consciente, entregada, donde no hay más que tú y tus pensamientos.

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