Fue un viaje inolvidable a Gran Canaria.
Mariángeles, recién salida de una larga relación, Fran y yo. Los tres nos largamos ese verano a Maspalomas, alquilamos un coche y nos dedicamos a meternos entre pecho y espalda unos desayunos de marajá, recorrer cada rincón de esa maravillosa isla y disfrutar del placer de las charlas al sol.
Eran otros tiempos y el descapotable que cogimos tenía aparato de compact disc's, lo que no sé es cómo se nos ocurrió comprar en la primera gasolinera en la que paramos un CD de Conchita.
—Qué tía más cursi —dijimos cuando empezó a sonar—. ¡Qué música más ñoña!
El caso es que nos acompañó durante todos esos días; cada vez que nos montábamos en el coche, sonaba ella. Si en cualquier lugar del mundo oigo una de sus canciones, me transporto de inmediato a las islas y esos días felices.
Hace poco, bajaba en coche a Sevilla, en una ruta larga, yo solo, y me puse colorado al pedirle a Google que me pusiera música de Conchita.
Me encantan sus letras, cursis y poéticas, me gusta su música ñoña y su voz de no haber roto nunca un plato.
Qué le voy a hacer.
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