Sufrir de muy cerca, durante el último año, a una persona mala, perversa, me ha servido para aprender a ser un tipo mejor.
Lo decía una notable jurista, 'no nos engañemos, hay gente mala malísima'.
Puede que tenga que ver con mi carácter optimista, o luchador, pero es la gente sin principios la que me hace reafirmar los míos. Cuando tratas con quien no tiene escrúpulos, percibes cuán necesarios son.
Al enfrentar a alguien que solo busca destruir tienes dos alternativas principales, entrar en la batalla o confirmar qué es lo que nunca querrías ser. Y alejarte.
Observas, analizas y valoras que tú siempre podrás mirarte al espejo cada mañana sintiéndote bien en tu cuerpo.
Descubres qué parte de ti, en tus reacciones, en tu vocabulario, en tus gestos podría tener algo similar a quien actúa tan mal y, entonces, tiendes a corregirlo, para ganar paz, para limpiarte.
Hay quienes tienen que convivir cada minuto con su mala sangre. Ese es su castigo.
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