Me gusta escribir cada tarde con música clásica, salvo cuando llueve.
Si viviera junto al mar, quizás lo haría en silencio cada tarde, con la sola compañía del rugido de las olas.
Fue hace tiempo cuando tuve esa revelación. Corría por la arena, casi al caer la noche, entre Conil y El Palmar. La playa para mí. Escuchaba música cañera por mis auriculares y, de pronto, pensé en cómo sonarían esas olas al correr.
La lluvia me mete aun más dentro de mí.
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