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sábado, junio 04, 2022

Poesía, Noche

Nunca quise ser ave nocturna.

Me da miedo el entorno y me doy miedo yo. Un miedo motivador, eso sí, a descubrir en ese animal que hay que en mí la falta de filtros que me coloca la luz diurna.

La noche es más poesía y siempre fui de prosa, tal vez porque la poesía implica libertad, un grado de locura, menos corsés. En el poema está la desvergüenza, la falta de pudor, la palabra impúdica e inentendible; está tu ego, tus riesgos; ahí muestras lo que tú piensas que eres sin que te piense nadie.

Sin que te entienda nadie, si es preciso.

El simple sonido del primer tren de cercanías antes de amanecer ya apaga esa llamarada que estaba combustiendo en tu interior. Ya dejas de ser sólo tú y el verso se convierte en frágil, mortal, cursi, desgarrable. Humano. 

Al poeta le preocupa poco parecer cuerdo, escribir sin reglas, entregarse entero.

Relajarme con ese sonido de ciudad desperezándose no implica que no disfrute de estas noches en las que sólo estoy yo, con el silencio absoluto y el terror a lo inefable, frente a un papel que no me permite diálogos fáciles, ni anécdotas pasadas, donde no hay moralejas que insinuar más que las de un tipo que piensa demasiado en cómo debe ser la vida, de noche, para vivirla, y contarla, de día.

La noche es mi muerte, a la que acudo a diario para entender mi vida.

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