—Pero, ¿me puedo seguir tomando el gintónic antes de dormir?
—Claro que sí —le respondía el médico.
¿Cómo nos vamos a prohibir la felicidad de los pequeños momentos en busca de la eternidad?
A mi padre, con los días ya contados, se le entristecía la mirada cuando le traían esa pechuga de pollo sin sal del hospital. Una de sus últimas noches mi hermana Raquel se sacó del bolsillo una servilleta y le echó unas escamitas de remanguillé.
No más allá de dos días antes de morir, le propuse.
—Papá, ¿nos tomamos una cervecita en el Jamaica?
Fue un paseo larguísimo de cinco metros desde el coche hasta la silla preferida de su restaurante. Pero allí estaba él. Con su cerveza, la gorra puesta como un señor y levantando la mano para saludar a quienes no vería nunca jamás.
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