Si hay un factor negativo determinante en el devenir del siglo XXI, ése no es otro que la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Su analfabetismo humano lo estamos pagando todas las sociedades. No es, en todo caso, un perfil que desconozcamos a nuestro alrededor; la desazón es que haya llegado tan lejos y afecte de forma tan directa a nuestros futuros.
Yo, por ejemplo, tengo a dos Trumps relativamente cerca; con todas sus características bien definidas y muy similares. Son personas de éxito que, además, carecen de escrúpulos y de empatías. Sus objetivos están por encima de todo y se ríen del mundo. Son personas fuertes que no se permiten dejarse manejar por sus defectos, gentes que obvian sus complejos. No se sienten cómodos teniendo a su alrededor gente intelectualmente potente, prefieren gente dócil que les ría las gracias. Dejan bien claro desde un principio, ante los desconocidos, cuáles son sus principios. Lo hacen de forma severa, para que al extraño no se le ocurra poner voz a pensamientos que vayan contra los suyos. Se alteran, incluso agresivamente, con aquéllos que osan llevarle la contraria. Más aun si eso ocurre en público. Andan como gallitos de pelea, presumen de su riqueza patrimonial, de la que alardean, y son amables contigo si les muestras admiración.
Existen. Son los Trumpitos. Viven para pisotear, se regocijan cuando lo consiguen y siempre quieren más. Son muy reacios a alabar a nada, o nadie. El resto del mundo es una conjura de necios, del que se ríen a carcajadas secas y cortas.
¿Cómo se lucha contra ellos? Ignorándolos. ¿Cómo se gana la batalla? No hay manera. Siempre surgen los adláteres que vendrán a halagarles a la búsqueda de algún premio menor.
Yo, por ejemplo, tengo a dos Trumps relativamente cerca; con todas sus características bien definidas y muy similares. Son personas de éxito que, además, carecen de escrúpulos y de empatías. Sus objetivos están por encima de todo y se ríen del mundo. Son personas fuertes que no se permiten dejarse manejar por sus defectos, gentes que obvian sus complejos. No se sienten cómodos teniendo a su alrededor gente intelectualmente potente, prefieren gente dócil que les ría las gracias. Dejan bien claro desde un principio, ante los desconocidos, cuáles son sus principios. Lo hacen de forma severa, para que al extraño no se le ocurra poner voz a pensamientos que vayan contra los suyos. Se alteran, incluso agresivamente, con aquéllos que osan llevarle la contraria. Más aun si eso ocurre en público. Andan como gallitos de pelea, presumen de su riqueza patrimonial, de la que alardean, y son amables contigo si les muestras admiración.
Existen. Son los Trumpitos. Viven para pisotear, se regocijan cuando lo consiguen y siempre quieren más. Son muy reacios a alabar a nada, o nadie. El resto del mundo es una conjura de necios, del que se ríen a carcajadas secas y cortas.
¿Cómo se lucha contra ellos? Ignorándolos. ¿Cómo se gana la batalla? No hay manera. Siempre surgen los adláteres que vendrán a halagarles a la búsqueda de algún premio menor.