La democracia crea monstruos.
El sistema menos imperfecto del que los humanos nos hemos dotado requiere evoluciones que impidan que personajes malvados, iletrados y ególatras como Donald Trump puedan llegar al poder.
Aún estamos a tiempo de que los países civilizados legislen para evitar que mentirosos compulsivos con aires de César gobiernen nuestros destinos. Mientras las cámaras legislativas sigan en manos de partidos medianamente sensatos se hace necesario elaborar reglas de juego de las que no se pueda salir. No podemos permitir partidos políticos o dirigentes que se burlen de sus contrincantes a golpe de tuits, sean estos ciudadanos de su país, oponentes políticos o países ajenos al suyo.
Hay que perfeccionar el sistema para evitar que se pueda votar con las vísceras, porque no todo vale. Ya Hitler salió de las urnas.
Una sociedad no puede estar al albur de lo que un fanático decida al tomarse la tercera coca-cola para desayunar tirado en su sofá.
Se proclama defensor de su pueblo a base de enemistarse con todos, de arruinar el comercio mundial, de reírse de los más débiles apoltronado en un PIB inigualable. Ahora los hombres blancos del interior de la América profunda sonríen satisfechos, con la cortedad de no saber mirar más allá, incapaces de reflexionar acerca de un futuro negro cuando los países a los que machaca su dirigente acabarán por arrastrar al planeta entero a una espiral de degradación de la que no escapará el Nerón que se dedicó a incendiar por doquier sintiéndose a salvo de su propia ira.
El sistema menos imperfecto del que los humanos nos hemos dotado requiere evoluciones que impidan que personajes malvados, iletrados y ególatras como Donald Trump puedan llegar al poder.
Aún estamos a tiempo de que los países civilizados legislen para evitar que mentirosos compulsivos con aires de César gobiernen nuestros destinos. Mientras las cámaras legislativas sigan en manos de partidos medianamente sensatos se hace necesario elaborar reglas de juego de las que no se pueda salir. No podemos permitir partidos políticos o dirigentes que se burlen de sus contrincantes a golpe de tuits, sean estos ciudadanos de su país, oponentes políticos o países ajenos al suyo.
Hay que perfeccionar el sistema para evitar que se pueda votar con las vísceras, porque no todo vale. Ya Hitler salió de las urnas.
Una sociedad no puede estar al albur de lo que un fanático decida al tomarse la tercera coca-cola para desayunar tirado en su sofá.
Se proclama defensor de su pueblo a base de enemistarse con todos, de arruinar el comercio mundial, de reírse de los más débiles apoltronado en un PIB inigualable. Ahora los hombres blancos del interior de la América profunda sonríen satisfechos, con la cortedad de no saber mirar más allá, incapaces de reflexionar acerca de un futuro negro cuando los países a los que machaca su dirigente acabarán por arrastrar al planeta entero a una espiral de degradación de la que no escapará el Nerón que se dedicó a incendiar por doquier sintiéndose a salvo de su propia ira.
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