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miércoles, julio 17, 2019

Aria

Escuchar 'Mon coeur s'ouvre à ta voix' en su representación de los años 70 en el Covent Garden de Londres, observar cómo Shirley Verrett se derrite de amor en los brazos de Jon Vickers suspirando por su ternura es de una emoción indescriptible. Un mecanismo barato y directo para levitar fuera del mundo propio.

Y en ese instante, cuando aún resuenan los aplausos, viajar a Italia y teclear Tiziana Fabbricini en Youtube y dejarse arrastrar por su porte de mujer madura, envuelta en gasa negra, para acompañarla hacia el culmen final de su 'Mamma morta', cuando casi llega a caerse de la pasión con la que canta su desgarro a un teatro de Novara que se deshace en aclamaciones, rendidos como yo ante tanta belleza.

La belleza de Anna Netrebko en Baden Baden, enfundada en un ajustadísimo vestido de oro para ofrecerme una versión magistral de la Casta Diva de Norma, apoyada en una descomunal capacidad de transmitir desde sonidos a capella hasta finales explosivos con la orquesta, tremenda, a sus pies.

Hay tardes, tontas, en que uno puede volar, sin aditivos, sin compañía, sin dispendios, sólo dejándose llevar por la grandeza de mujeres excepcionales que, de vez en cuando, se ofrecen a cantar para mí el placer de estar vivos, la grandeza de la música, el enorme derroche del ser humano por alcanzar el cielo prometido.

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