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lunes, junio 24, 2019

¡Policía!

Aquella época en que los veranos eran infinitos es uno de los paraísos a los que me suelo acercar en mi otra vida, cuando me desparramo en el colchón agotado cada noche. No duró mucho, no más allá de la adolescencia, ni pasaron grandes cosas, salvo las más importantes: el nacer a la vida, el despertar de la sexualidad, el descubrimiento de los amigos, las siestas largas, los libros leídos a medias, las horas observando a mi madre cocinar.

Era una casa grande compartida, de literas y patio con muros altos, de padres de fin de semana y botellonas a escondidas. Siempre con gente, una ducha ocupada, un olor a tortilla de patatas, un disco sonando.

Llegué una tarde al caer la noche. Subí los escalones y vi la puerta encajada. Ninguna luz. Me asomé al gran ventanal del salón y no había nadie. Todo era silencio. Pensé si asomarme por la puerta del patio, pero decidí echarle valor. Yo era un crío patilargo introvertido. Sentí que había alguien dentro y me aterroricé. Quise sacar una voz de hombretón que no tenía para asustar al intruso imaginario. Pero me salió un hilo rasposo de grito:

-¡Policía! -expulsé, con el alma saliendo por mi boca.

Una voz me dijo:

-Borete, ¿estás bien?

En la oscuridad pude reconocer la cara de Fran, a un palmo.

-Sí... -no sabía dónde estaba-. Perdona, ha sido una pesadilla.

Y me acurruqué en sus brazos, con el corazón recuperando el ritmo, como el niño que un día fui.

1 comentario:

Unknown dijo...

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