De pronto te das cuenta de que la vida es dura y te dices ¡no!
No es esa la mía, la mía trascurre fluida, está llena de luz y de gente cercana.
Ves el nubarrón, muy negro, aproximarse. Sabes que te va a caer lo más grande, que no hay escapatoria, pero miras hacia el otro lado y observas el paisaje verde, luminoso, donde sabes que la temperatura es perfecta.
Es complejo el ejercicio de confirmarse a uno mismo que esos paisajes de ensueño existen cuando estás en mitad de la tormenta, en esos espacios en que no encuentras una escalera para subir y otear a lo lejos nada hermoso.
Cuando la tormenta golpea, cuando graniza en tu cabeza, hay que apretar los dientes y recordar que esos campos de amapolas siempre estarán ahí. Y sabrás, entonces, cuando estés allí tirado y el sol caliente tus días de plenitud, que las tormentas existen y existirán, y que siempre habrá quien esté atrapado en el ojo del huracán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario