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jueves, agosto 27, 2020

Sabios

Recuerdo a un profesor de la universidad, Javier Aracil, que de cada inicio de clase robaba tres minutos para resumir todo lo que habíamos dado en el curso hasta ese momento.

Era glorioso. 

Mis neuronas se sumergían en una sopa espesa de placer.

La asignatura, Regulación Automática, no podía ser más áspera. De entrada.

Trabajábamos para entender cómo conseguir que cualquier artilugio pudiera mantener una temperatura, una velocidad, un caudal... de manera automática, segura y eficiente. 

Los fundamentos matemáticos eran de una dificultad extrema.

Él, en cambio, olvidaba las ecuaciones diferenciales y las múltiples integrales para llevarnos al centro de la materia. ¿Qué buscábamos? ¿Cómo lo afrontábamos? ¿Qué ganábamos?

El ideal era asimilar conceptos, no memorizar palabras.

Cuando escucho por la radio a grandes especialistas que explican con palabras gruesas problemas difíciles, tiendo a dudar de su sabiduría. 

Cuanto más tecnicismos usa, menos confío en él. Cuanto más enrevesada la frase, muestra menos dominio de la materia.

En estos tiempos de pandemia, de incertidumbre ante el futuro, de desconfianza hacia nosotros mismos, de progreso tecnológico acelerado, necesitamos de gente competente que sepa desbrozarnos el camino, eliminar todo aquello que, siendo imprescindible para sus investigaciones, no aporte nada para nuestra comprensión. 

Queremos aprender. 

Si queremos construir una sociedad fuerte es esencial que la ciudadanía sepa, esté formada, tenga criterio. Porque vienen curvas y nosotros, los humanos, estamos en el centro del huracán. 

Los grandes sabios tienen el don de explicar con palabras muy sencillas las teorías más complejas. 

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